El futuro del consumo de la música está pasando desde hace
ya bastante tiempo por un período de incertidumbre en el que diversas empresas
están saliendo a la luz con soluciones o, al menos, ideas para una
comercialización “sostenible” de ésta. Desde el momento en que la tecnología
digital permite a las ondas sonoras ser traducidas en unos y ceros y, sobre
todo, el que permite la comunicación entre computadores mediante Internet, ha
habido muchas y variadas respuestas.
Por un lado, desde el lado institucional y de las grandes
discográficas, además de la gran mayoría de artistas –normalmente los adscritos
a éstas- se ha llevado a cabo una demonización de la red, como caja de Pandora
que daba rienda suelta al robo y la piratería. Se vieron de golpe despojados de
su control y propiedad real de la música cuando la banda ancha unida a la Web
2.0 permitieron el desarrollo del streaming (por ejemplo YouTube, MySpace o
Last.fm), redes de usuarios Peer-to-Peer o P2P (Kaaza, eMule, LimeWare e eDonkey),
principalmente. [1]
En el otro lado y al margen de las que actuaban fuera de la
legalidad, se encontraban empresas que veían posible una compatibilidad entre
el modelo tradicional y el uso de Internet para la distribución musical.
Es el caso de los suecos Daniel Ek y Martin Lorentzon que
vieron futuro al consumo de la música vía streaming y fundaron Spotify. Tras 5
años de vida y una innegable consolidación, la empresa sigue luchando por la
viabilidad económica y, con ello, buscando cuál es su futuro.
Desde que fue lanzado el 7 de octubre de 2008 inicialmente
para el mercado europeo, el programa ha ampliado su oferta hasta introducirse
en el mercado norteamericano el 7 de julio de 2011, alcanzando un total de 2
millones de suscripciones de pago y superando en consecuencia a sus principales
competidoras: Rhapsody y Sony Unlimited.
En definitiva, desde esta perspectiva, parece solucionarse
uno de los grandes problemas: el consumidor deja de estar obligado a acudir al
pirateo para escuchar música gratis y esta solución es legal y, en principio,
reporta beneficios a las discográficas. De hecho, Spotify firma acuerdos con
varias de las grandes compañías a nivel mundial, de la talla de Universal
Music, Sony BMG, EMI Music, Hollywood
Records y Warner Music. [2]
El usuario puede escuchar la música gratis si elige la
versión Free, entre otras
restricciones con publicidad entre las canciones y en principio una restricción
de tiempo, que se ha ido variando a lo largo del tiempo (al igual que se ha ido
aumentando la cantidad y longitud temporal de la publicidad). Otra opción es la
versión Unlimited, por 4,99 € al mes,
que aporta las principales ventajas de la eliminación de publicidad y por
último la Premium, con un coste
mensual de 9,99 €, que permite la escucha también en dispositivos móviles. [3]
La compañía ha doblado con creces sus ingresos en 2012
respecto al año anterior, con 435 millones de euros (577 millones de dólares)
al expandirse a nuevos mercados y prácticamente duplicar su número de usuarios,
según documentos oficiales de la empresa. No obstante, tuvo pérdidas
netas de 58,7 millones de euros, frente a los 45,4 millones registrados en 2011. [4]
Pese a que no llega a estar en peligro de quiebra, necesita
un cambio sustancial en la oferta, ya que no está siendo beneficioso. En la
columna de gastos del balance económico está en letras mayúsculas, por
supuesto, el pago de derechos a las firmas discográficas, el cual ha pasado a
ser el principal ingreso de las mismas. Spotify, a rebufo de iTunes, son las
que en mayor medida mantienen contentas a dichas disqueras en referencia a la
música en la red y a su buena económica
en general [5]. Esto saca a relucir que quizá el motivo de la inviabilidad
económica actual de Spotify en el largo
plazo sea, como la firma ha dejado caer en más de una ocasión a las
discográficas, el alto coste de las regalías que éstas manejan. Se reduce a la
sencilla ecuación en la que, manteniendo Spotify los mismos (y crecientes)
ingresos por publicidad y cuentas Premium, con una disminución de los costes
por derechos de autor, conseguirían los beneficios anhelados.
Pero, por otro lado, tenemos los siguientes datos: 0,006 € se pagan de media al autor por reproducción
y 60.000 reproducciones necesita
un músico para ingresar lo que ganaría vendiendo un solo disco físico (tomando
una media de 15 € que cuesta un CD). [6]
En algunas críticas
llevadas a cabo por parte de numerosos renombrados artistas españoles, la
mayoría denuncian el modus operandi de la empresa y algunos apuntan a que “lleva
demasiados años escudándose en que el proyecto está empezando” (Rubén Pozo).
Con esta actitud por su parte, los directivos de Spotify esquivan así el
descontento de los artistas ante los irrisorios ingresos que perciben por la
escucha de sus canciones en la plataforma virtual.
Al margen de buscar
culpables en la empresa de difusión o en las discográficas, lo que está claro
es que, como ya nos es familiar en España en el terreno de la gestión de los
derechos de autor, los que están saliendo peor parados son los peores sellos y
los artistas. Con este modelo los músicos aún siguen estando en un limbo en el
que falta claridad y sobre todo beneficio económico, dentro del cual han de
ampararse en aquella panacea de ganar dinero con la música en directo, frente a
la pérdida de vista del formato físico como principal fuente de ingresos. Este
hecho sugiere sucintamente que las discográficas siguen dando a los artistas
palmaditas en la espalda y pidiendo apretarse el cinturón mientras se les tiene
al margen de los nuevos modelos de negocio a costa de los que ya tienen
ganancias más que importantes.
Según los datos
aportados anteriormente, solo los grandes artistas que mueven masas pueden
llegar en un mes a recibir una cuantía que supere la centena de euros. Esto
suele cuanto menos decepcionar al artista ya que, en palabras de Santi Balmes,
cantante de Love of Lesbian, “cuando
ves que por dos millones de escuchas te pagan 400 euros a repartir entre cinco,
el mosqueo es considerable.
Otros grupos de
primera fila internacional han optado por no ceder su música a Spotify, o al
menos no toda, como es el caso de AC/DC, Oasis, Pink Floyd, The Black Keys, The
Doors o Metallica, aunque estos últimos han acabando cerrando el acuerdo.
En definitiva, este
modelo de difusión de música está en pleno auge pero aún no se establecen como
forma sostenible para todas las partes. Si bien está claro que el streaming y
el P2P ha superado con éxito la batalla al formato físico, empresas como
Spotify han de seguir puliendo en modelo.
“Aquí me parece que hay alguien que no está
diciendo la verdad, que nos está engañando” (Antonio Luque, de Sr. Chinarro).
JORGE DOBÓN
MASCARELL